Fuente: traveler.es por Javier Zori del Amo
Hamburgo va de ciudad modelo, de mini Berlín,
de hectáreas de bosques, de canales de ladrillos, de graffitis
convertidos en arte y de diseñadores. Pero no puede ni
quiere ocultar la
oveja roja de su rebaño. Sankt Pauli está, como
siempre lo estuvo, en una lenta decadencia buscando el sentido de ser la
milla del pecado en estos tiempos. Esta es una de tantas cartas de amor
apócrifas a un barrio que toda urbe debería tener y por la que todo
adolescente debería asomarse.
Cuentan los sabios del lugar que a los Beatles se les dedicó la plaza situada en el corazón de Sankt Pauli por las infinitas leyendas urbanas sobre sus viajes y conciertos en el Kaiserkeller o en el Star-Club. Eran principios de los sesenta, todavía eran unos chavales de Liverpool
con más ganas que temazos, pero ya ganaban las libras y la reputación
necesaria como para hacer pequeñas giras por los bares de culto del Viejo Continente. De sus andanzas por la calle Reeperbahn quedan anécdotas de dudosa veracidad que hablan de algunas exhibiciones al aire libre donde Lennon tocaba en calzoncillos y orinaba delante de las monjas y en las que George Harrison
se marcaba sus solos con una taza de váter por collar. Fueron buenos
tiempos, sin asesores de imagen ni productores remilgados detrás.
Tiempos que añoraron muy a menudo, tanto, que el propio Lennon llego a
asegurar: “Tal vez nací en Liverpool, pero maduré en Hamburgo”.
Pero Sankt Pauli es algo más que un sendero de antros
de perdición. Es prostitución legal, clubes eróticos y meretrices que
visten de paisano y a las que cuesta identificar. Y siempre lo fue,
desde sus inicios como barrio portuario a orillas del Elba, un río que se comporta como un mar. Era un lugar extramuros, fuera de los límites de la casta ciudad de Hamburgo que miraba a todo lo que allí se hacía como si fuera Sodoma y Gomorra.
Un desprecio también causado por el olor a pescado y por el canto ebrio
de los marineros que buscaban abrazos. Vamos, un laboratorio perfecto
para mezclar depravaciones con nuevas tendencias. Como todo
emplazamiento portuario, Hamburgo bebió del tráfico (marítimo) de ideas e influencias asumiendo el mal menor de la carne, la liga y el striptease.
¿Se puede ser una milla de pecado en pleno Siglo XXI? Internet ha acabado con esas búsquedas intrépidas y aventureras de los desnudos y la provocación. Y sin embargo Sankt Pauli sobrevive basado en varios pilares. En primer lugar está el sexo puro y duro, con la calle Herberstrasse
como pulmón. Eso sí, está bien disimulada con unos muros metálicos que
advierten a su entrada de que no es un lugar ni para mujeres ni para
menores. Pero, por otro lado, la reciclada y normal vida nocturna es ya
un activo turístico de la ciudad. El barrio se ha sabido adaptar a un
público más modernete que considera un safari ir de marcha sorteando los neones rojos de los Sex Shops y los cabarets. El Kaiserkeller ahora es un digno rock bar donde darlo todo bien a gusto mientras que la cerveza Astra pone de su parte. La mítica calle Grosse Freiheit (gran libertad) es todo un símbolo de esta reconversión, con otros clubs como el Halo o el Jams Club. Eso sí, que nadie se lleve las manos a la cabeza al ver cómo en esta calle está uno de los showgirls más fotogénicos de todo Sankt Pauli, el Susis. Y es que Hamburgo aún sabe flirtear con el visitante poniendo alguna que otra tentación en el camino. Ya no queda nada del Star Club (solo una lápida conmemorativa), ni de los famosos teatros de sexo en vivo como el Salambo, el Regina o el Colibrí.
Esta paulatina desaparición del sexo de los carteles no ha supuesto el final de la ajetreada vida cultural que
había en sus escenarios. Para muchos artistas, la libertad hedonista y
la sed dionisíaca que se vivía en este barrio formaban un clima perfecto
para mostrar sus obras. El teatro Sankt Pauli, el Karolinentheater o el Operettenhaus
siguen programando musicales y obras teatrales sin desnudos (por que
sí, a no ser que lo exija el libreto). Aunque quizás el punto de
conexión más acertado y atractivo entre sexo y cultura sea el ineludible
Erotica Art Museum. Aquí hay que ir porque sí, porque pocas veces se exhiben consoladores, desnudos y actos sexuales con tanta dignidad.
Sankt Pauli es también un barrio de monumentos casi involuntarios. El más evidente es la comisaría Davidwache, famosa en Alemania
por sus apariciones en numerosas series y filmes locales. Es también un
referente arquitectónico amén de un símbolo de seguridad en un barrio
que se podría antojar peligroso y que no lo es. Simplemente es variopinto. Otra nota de color la pone la iglesia de San José, un templo barroco situado al final de la Grosse Freiheit y que se alza como un lugar de redención rodeado de tentaciones explícitas.
Y luego está el fútbol, el mítico FC Sankt Pauli. Un
equipo perdedor, pupas y obrero, pero que en sí mismo resume lo que
significa este barrio para esta ciudad: un soplo de aire fresco y de
izquierdas. Ante la fama de los seguidores ultra derechistas de otros
clubes de la región como el HSV Hamburgo o el Hansa Rostock, el FC Sankt Pauli se rebela como un equipo de barrio. Su bandera es la pirata, su presidente es abiertamente gay (y dueño del teatro Schmidt), antes de los partidos suena por la megafonía las canciones 'Hells Bells' de ACDC y 'Song 2'
de Blur y tiene casi más seguidoras femeninas que hinchas masculinos.
Sobra decir que en sus estatutos esclarecen que son anti nazis y como
punto rebelde cabe reseñar que organizaron un mundial paralelo con
países no reconocidos por la FIFA como Groenlandia, Zanzíbar o el Tíbet. Los anfitriones se presentaron como República de Sankt Pauli. Por estas razones, peregrinar hasta el nuevo Millerntorn Stadion
es casi una obligación y, aunque no se pueda disfrutar del fútbol allí
hasta finales de este año, la tienda de regalos ya funciona. Una visita
recomendable puesto que regalar un souvenir de este equipo es como regalar un anti-souvenir. Puro Sankt Pauli.
No hay comentarios:
Publicar un comentario