Fuente: elobservador.com.uy por Valentín Trujillo
La leyenda tiene varias versiones. Una dice que Brian Epstein entró a su
disquería en Liverpool y vio a un chico (desde siempre estuvo atraído
por los chicos) que se acercó al
mostrador y pidió un simple de My
Bonnie, una canción que además de ser un estándar infantil en aquella
época (1961) sonaba a través de una grabación que había hecho Tony
Sheridan junto a un grupete del ambiente local llamado The Beatles. Esa
es una de las versiones de cómo Epstein se enteró de la existencia del
grupo que, con su ayuda, cambiaría la historia de la música pop.
Otra versión dice que Epstein se topó con el cuarteto en la portada de
una revistucha de música que se editaba en el norte de Inglaterra,
llamada Mersey beat. En el segundo número de la revista, Los Beatles
aparecen en la tapa con sus instrumentos.
Sea como fuere, la
historia del contacto de Epstein con los músicos, las primeras veces
viéndolos en vivo en The Cavern y luego ofreciéndoles representación y
la firma de un contrato, es una parte sustantiva del relato beatlesco.
Sin el encuentro entre McCartney y Lennon en ese parque de Liverpool no
hubiera habido magia, sin los sucesivos viajes a Hamburgo no hubiera
habido magia, pero sin la parte más práctica y comercial del asunto
tampoco. Y ese fue el rol que en un principio cumplió Epstein.
En homenaje a esa tarea, pero también para ahondar en otros aspectos de
la mitología beatle es que se publicó este año en Estados Unidos la
novela gráfica The fifth beatle, un trabajo que tiene el guión de Vivek
Tiwary y dibujos de Andrew C. Robinson. Y acaba de salir su versión en
español, publicada por la editorial Panini.
La novela gráfica
cuenta la historia de Epstein desde que descubre a Los Beatles, cuando
ya era dueño de un par de disquerías muy taquilleras en esa zona del
país. El futuro manager queda impactado por lo que ve en el escenario,
por la música que oye y por la onda que generan estos cuatro jóvenes.
Según sigue la leyenda, esa primera noche ya quedó prendado de Los
Beatles y ya se le ocurre la idea de representarlos.
Una vez que
firman el contrato, Epstein se aboca a viajar a Londres con la tarea de
conseguirles un sello que los grabara y de esa forma entrar en el
mercado. Liverpool era un pequeño puerto industrial y para conseguir dar
el paso a las grandes ligas había que desembarcar en la metrópolis.
Pero con lo que se encuentra Epstein en Londres es con sucesivos “no”.
Ningún estudio quiere a Los Beatles. Luego de muchas idas y venidas,
Epstein logra firmar un contrato con la EMI. El resto, dicen, es solo
historia pop.
Epstein fue el gran artífice de la parafernalia
beatle entre 1963 y 1966, los años de la locura, de las giras mundiales
que redujeron el mundo a un maní, la invasión a Estados Unidos, las
apariciones en el show de Ed Sullivan, el demencial ritmo de grabación
de algunos de los mejores discos de la historia de la música moderna y
la articulación de la vida de cuatro muchachos que estaban comiéndose el
globo bajo su tutoría empresarial.
Luego de Candlestick Park,
el que sería el último concierto en vivo de Los Beatles, Epstein decidió
cortar con la maquinaria. El grupo ya no quería más enormes estadios
con griterío ensordecedor. Ya habían llegado a un umbral de madurez y de
excelencia sonora (con discos como Revolver) y el rumbo de Los Beatles
debía cambiar. Por lo tanto, para hacer una buena transición en todo
esto, deciden tomarse unas vacaciones.
Epstein invita a John
Lennon a tomarse unos días en España. Mucho se ha dicho sobre este viaje
del dúo solitario y también mucho se escribió luego. Por ejemplo, por
esos días Epstein estaba escribiendo un libro de memorias y le pidió a
Lennon una sugerencia para el título. John respondió, lacónico y filoso:
“¿Qué te parece ‘Memorias de un judío maricón’”? El libro luego se
llamaría A cellarful of noise.
Epstein, de alguna manera, inventó a Los Beatles. Su legado se recuerda en esta novela gráfica imprescindible para fanáticos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario