Puede que naciera como una estrategia mercadotécnica de la mente avanzada del mánager Brian Epstein, que en
los albores del fenómeno beatle consiguió crear cuatro identidades bien diferenciadas para los cuatro componentes de la banda. John, Paul, George y Ringo, la intención es que cada fan se identificara con uno de ellos.
Pero no solo con ellos. Pronto, con los primeros coletazos de la beatlemanía, surgió un interés extraordinario por su entorno. Los medios se referían continuamente a las andanzas y vivencias de los Fab Four, por lo que se necesitaban más protagonistas. Surge así la figura del quinto beatle.
La prensa británica comienza a hacerse más preguntas: ¿Quién se quedó atrás en el grupo, a las puertas del éxito? ¿Quiénes son sus fieles colaboradores? Durante décadas se ha popularizado un ameno debate sobre quién es el más influyente, el más carismático y la persona crucial en el desarrollo de la carrera de los Beatles.
Su más estrecho colaborador, en lo estrictamente musical, fue George Martin, arreglador de oído experimentado y productor de casi toda la obra discográfica de los Beatles. Su nombre solo está ausente de los créditos de Let It Be, disco de complicada gestación de cuya mezcla final se encargó Phil Spector.
George Martin aplicó su veteranía en la música académica en varios momentos clave en la historia de los de Liverpool: suyo fue el clímax orquestal de A Day In The Life o el solo de piano de In My Life magistralmente adulterado en la mesa de mezclas para darle un toque barroco. Esta canción apareció en el álbum Rubber Soul de 1965, “el primer álbum en presentar unos nuevos Beatles al mundo”, como afirmó el propio Martin en una biografía.
El productor concibió entonces una nueva tesis, que aplicaron los Beatles, y que revolucionó el mundo de la experimentación en el rock: imaginó los discos como obras de arte en sí mismas, íntegras y más solemnes que los sencillos en los que hasta entonces los Beatles estaban especializados.
Y otro punto más en la cuenta de George Martin: también era el que ponía orden en los tiempos desmadrados, cuando los cuatro componentes pasaban los ratos muertos en el estudio experimentando con alucinógenos. “Si hubiera tomado drogas en ese tiempo, dudo que tuvierais los discos que tenéis ahora”, dijo el propio Martin a la revista Esquire.
Si los Beatles, en un primer momento, desprendían una imagen algo insolente, el que ponía la seriedad y el rigor en las finanzas era el mánager Brian Epstein. Tras quedar prendado en una de sus primeras actuaciones en The Cavern en Liverpool, consgiuió poner en contacto a los Beatles con la discográfica EMI, tras la negativa de no pocas disqueras.
Epstein fue el responsable de dotar de una nueva imagen a los cuatro: cambió el cuero y los tejanos por pulcros trajes diseñados para la ocasión, y sustituyó la gomina por unos icónicos flequillos. El boom de la beatlemanía, en 1963, fue en gran parte mérito suyo. John Lennon afirmó en una entrevista que tenían “fe ciega” en él. “Para nosotros, era el experto”, dijo.
Murió el 27 de agosto de 1967 por una ingesta accidental de barbitúricos y alcohol. Ese día, cuenta el propio Lennon, los Beatles empezaron a desaparecer: el vacío de poder en el entorno del grupo fue aprovechado por magnates norteamericanos que desestabilizaron a la banda y la acabaron llevando a la disolución.
Los cuatro miembros del grupo conocieron la noticia cuando estaban en Rishikesh (India), durante un retiro espiritual intensivo acogidos por el gurú de la meditación trascendental Maharishi Mahesh Yogi, otro candidato a quinto beatle. Aunque algo maldito, ya que pronto desistieron de su espíritu emprendedor disfrazado de espiritualidad: “Creemos en la meditación, pero no en el Maharishi y su escena”, dijo de él Lennon en una entrevista.
Chicos para todo
Los Beatles sentían un cariño especial por dos colaboradores de los tiempos de The Cavern. Mal Evans, portero del club donde la banda dio sus primeros pasos, se convirtió en 1962 en road manager y chico para todo. La misma tarea desempeñó Neil Aspinall, el escudero que más tiempo estuvo junto a los Beatles: casi hasta su muerte en 2008 fue capo de Apple Corps, la desventurada compañía discográfica fundada por el grupo. ¿Hace falta un representante interino porque ha muerto su predecesor? Aspinall se encarga. ¿Paul se ha encaprichado con un safari a África? Mal Evans viaja con él.El bueno de Mal, que medía casi dos metros, tuvo un desgraciado final: fue tiroteado en 1976 confundido con un atracador.
Para muchos aficionados, el quinto beatle tiene que ser, por necesidad, algún compañero de escenario del núcleo de la banda. Aquí el círculo se reduce y el principal candidato es Pete Best. El primer batería del grupo fue sustituido en 1962 por Ringo Starr, ya que al experto George Martin no le gustaba su forma de tocar, lo que causó un relativo descontento entre sus primeros fans.
Best, Harrison, Lennon y McCartney se foguearon en los locales de Hamburgo en los primeros años sesenta. El grupo lo completaba el bajista Stu Sutcliffe. Cuando el grupo decide volver a la isla y probar fortuna en el mercado británico, Sutcliffe se queda en Alemania, donde fallece por un derrame cerebral en 1962.
Con los Beatles ya acomodados en el trono que los confirmaba como la banda más importante de la historia, acaban incorporando a Billy Preston como miembro oficioso del grupo, un teclista norteamericano con el que grabaron en distintas sesiones en 1969. Con el grupo en descomposición –Paul McCartney lo disolvería en cuestión de meses–, Preston fue reconocido como una suerte de aglutinante dedicado a postergar lo inevitable.
De la misma manera que cada seguidor tiene a su miembro favorito, la discusión se puede enfocar en cuál de los candidatos fue el más valioso durante la década en la que la banda publicó sus discos. No obstante, como dijo Paul McCartney en una entrevista, “solo hay cuatro personas que sabían de qué iban los Beatles”. Y esos eran John, Paul, George y Ringo.
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