Ricardo Miechi, médico de profesión y el más grande coleccionista de The Beatles de la ciudad, busca transmitir a las
nuevas generaciones el fenómeno nacido en Liverpool.
Ricardo Miechi prefiere no caer bajo la falsa consigna de elegir a “su” Beatle favorito. Es quizás el coleccionista de los “Fab Four” más grande de Rosario y propietario del bar temático dedicado a aquellos chicos de Liverpool más importante del continente, en Oroño y Güemes. De chiquito mamó música clásica; aprendió a tocar el piano, el violín y a pegarle derecho y parejo a los parches y “fierros” de la batería.
Dice que la combinación de Paul McCartney, John Lennon, George Harrison y Ringo Starr dejó una marca imborrable en la música y en la cultura en general en menos de diez años y entonces elige no hacer distinciones. Quizás la inesperada y trágica muerte de John lo transporta como si fuese un flash back a la década de los sesenta, la escuela secundaria, al amor que lo acompaña hace 40 años. “Ese día lloré toda la mañana”, dice cuando recuerda aquel fatídico 8 de diciembre de 1980.
O quizás también se sienta más cerca del estilo de vida espiritual que llevaba George Harrison. Ricardo es médico especializado en radio terapia oncológica. Su trabajo en el Hospital Centenario, cara a cara con la muerte y en muchos casos con pacientes derivados desde la pediatría, le hace enfocar la vida desde otro punto de vista y percibe que podría estar en sintonía con lo que pensaba el autor de “Something”. Pero no. Como todo buen fan de la banda más famosa del mundo opta por no abrir grietas.
“Esto lo fui armando de a poco”, dice Miechi, sentado a una de las mesas de “BeatlesMemo”, ubicada en uno de los sectores del “timeline” que recorre la historia de la banda. Fotos, afiches, cuadros, esculturas, vinilos, reproducciones de documentos como una libreta de calificaciones de un Lennon adolescente, tarjetas de presentación de Quarrymen, es parte del inmenso tesoro con el que este profesional de la salud y gran parte de su familia se puso un objetivo: transmitir a las nuevas generaciones el impacto del fenómeno Beatles.
La charla con La Capital comienza cuando las pantallas led del local irradian “Paul is Live”, el DVD de la gira que trajo a McCartney por primera vez a Argentina, allá por 1993.
“Hay cosas que tienen 40 años en casa. Las iba poniendo en una habitación y acunaba a los chicos con Yesterday. Iba a los congresos de medicina fuera del país, y cuando terminaba de dar las charlas o las ponencias o los trabajos salía corriendo a comprar material que tuviera que ver con los Beatles. Hice todo eso hasta 2011, es decir hasta los 59 años”, sostiene Ricardo.
Este doctor, que sin proponérselo tal vez tenga algún punto en común con el personaje que Lennon describió en el disco “Revolver”, nunca se fue del barrio en el que nació. La casa paterna estaba en Catamarca y Dorrego. Siendo el menor de tres hermanos, su aproximación a la música llegó de parte de los padres. Ella, profesora de inglés, y él, médico obstetra, ambos con una formación musical clásica dominada por el piano y violín.
Ricardo cursó la primaria en la Escuela Manuel Belgrano, de Jujuy entre Dorrego y Moreno. “Estudié piano seis u ocho años y violín, dos. Pero a los quince me incliné por la percusión y me puse a aprender batería con profesores de la Orquesta Sinfónica de aquella época. Me costó mucho hacerles entender a mis padres, que venían de la música clásica, lo que era el ruido de la batería. Igual, me apoyaron siempre y aceptaron que me compre el instrumento”, rememora Ricardo.
El romance con la música, al menos como baterista, no pudo prolongarse después de la escuela secundaria que cursó en el Colegio Nacional Nº 2, de Entre Ríos y Salta- “Cuando estaba terminando, les propuse a mis padres dedicarme de lleno a la música, pero no aceptaron. Me dijeron: tenés que estudiar una carrera. Seguí un tiempo con la batería, pero cuando me metí en la Facultad de Medicina, en 1968, el estudio me absorbió todo el tiempo y no pude seguir”.
A esa altura de la vida, las primeras ondas expansivas desatadas desde Liverpool comenzaban a hacerse sentir en la Rosario, aunque con un poco de deleate a fines de los sesenta. Un amigo que venía de Buenos Aires estaba al tanto de la movida y acercó los primeros long plays.
“Los Beatles me cambiaron la vida. Era la época de la escuela secundaria, el descubrimiento del amor, los amigos. Por aquellos años conocí a la que es mi actual mujer, que vivía en Moreno y Salta. En esa época, ella era más fanática que yo de la banda. Cuando se estrenó en Rosario la primera película de ellos, A Hard Day’s Night yo no la ví. Ella, en cambio, fue doce veces al cine. Después de varios años de noviazgo nos casamos y fuimos a vivir a Salta y Oroño”, a tres cuadras de donde hoy está el pub.
El caso de Ricardo y su esposa parece poco frecuente. Una pareja comparte la misma pasión por la música, seguidores de la misma banda y se embarcan en un proyecto comercial relacionado con la misma temática. Ella es ingeniera agrónoma y magíster en alimentación y una parte fundamental en “BeatlesMemo”, a cargo de todo lo referido a la cocina.
“Me hice fanático de ellos ya con el primer disco Please me, Please me. La música nos reunía. En aquella época, los primeros discos se hacían de pasta y para pasar en 78 RPM. Cuando apareció el vinilo era muy caro y había un solo long play en seis familias. Entonces nos juntábamos a escucharlo en un Wincofon en mono, con ruido a púa impresionante de tantas veces que lo pasábamos. Era lo único que teníamos. Además todo llegaba muy tarde. Pasaban diez meses hasta que llegaban los discos. Estábamos muy aislados”.
Ricardo pudo retomar el contacto con la batería en 1977 cuando un amigo abogado, guitarrista, también fanático del cuarteto y con un conocimiento avanzado del inglés le propuso salir a tocar. En esa época ya había nacido su primer hijo y estaba a punto de recibirse de médico. Un mejor acceso al idioma, en años donde no existía Internet, le permitió explorar mejor la obra de sus artistas favoritos.
Pero la ciencia no daba mucho margen para la música. Miechi primero hizo la especialización en obstetricia y luego en oncología. “El trabajo me absorbía mucho, pero además nos trataban muy mal cuando íbamos a los bares a preguntar si podíamos tocar. Si ahora hay pocos lugares para las bandas, en esa época era peor”, recuerda.
La idea de exponer todo el material que Ricardo acopió durante cuarenta años surgió cuando viajó a Londres en 2011 con su mujer y su hija. El viaje fue por motivos laborales, pero estar en la capital del Reino Unido de Gran Breteña y no llegar hasta Liverpool, para un fan de los Beatles, era poco menos que una herejía. Al realizar todo el circuito en la cuna beatle, entre ellos el reconstruido y mítico The Cavern y el inmenso “time line” que armó el municipio de Liverpool, Ricardo tuvo la idea.
“Me vi sentado tomando una cerveza en el mismo lugar donde Lennon tomaba las suyas antes de tocar y pensé: tengo una pieza llena de objetos de los Beatle, por qué no armar un museo”.
Pero la sola idea del museo podría no funcionar en una ciudad como Rosario y así apareció la iniciativa de recrear un típico pub inglés, donde además de consumirse las clásicas minutas, haya un menú “beatle” como atracción gastronómica.
“Pensamos en recetas vegetarianas de Linda McCartney. Entonces compramos los libros de Linda e incorporamos menues de ella. También pensamos en George, quien era adorador de Hare Krishna e metimos comida hindú”, dice con entusiasmo Ricardo.
El médico admite que el emprendimiento cambió otros aspectos de su vida. Por ejemplo, se hizo vegetariano. “Esto está hecho con mucho amor. Fue una inversión importante y trabajamos durante un año hasta que lo pudimos abrir. El 5 de diciembre cumpliremos dos años”, concluye.
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