Produce cierto sonrojo:en 2014, seguimos repitiendo la cantinela. Cincuenta años llevamos planteando, masticando, respondiendo la misma pregunta: “Pero tú ¿eres/eras de los Beatles o de los Rolling?”. Se discute, urge reconocerlo, algo más que
preferencias estéticas: ambas opciones encarnan estereotipos eternos. Resume John McMilliam: “Los Beatles pueden describirse como apolíneos y los Stones dionisiacos; los Beatles pop, los Stones rock; los Beatles eruditos; los Stones viscerales; los Beatles utópicos, los Stones realistas”.
Tan peliaguda es la cuestión que el inevitable libro sobre semejante locus classicus, Los Beatles vs. los Rolling Stones, ha tardado medio siglo en materializarse y es obra de un historiador. Un académico cuya anterior obra estudiaba la prensa underground (una especialidad que le permite demostrar aquí que ambos grupos proporcionaron gasolina a la insurgencia universitaria de finales de los sesenta) y que evita escrupulosamente pronunciarse.
Quizás a McMilliam le falte picardía: desecha la atracción sexual del manager, Brian Epstein, por John Lennon, olvidando las vacaciones que los dos se tomaron en España en 1963. Tampoco afina al valorar cuestiones puramente musicales, como la atribución de las etiquetas de rock o pop. Los Beatles podían rockear con tanta o más intensidad que los Stones. Se suele olvidar que los Stones tienen una riquísima producción pop; si hubieran desaparecido en 1967, como parecía desear el establishment al condenarles a penas de cárcel, ya habían acumulado méritos suficientes para figurar en el panteón del mejor pop británico. Se libraron, claro, y en 1968, con Beggars banquet, consolidaron el concepto de rock.
¿Importa eso? De alguna manera, aunque el rockismo ya esté desprestigiado, sus ecos privilegian la idea de que los Stones eran auténticos y los Beatles unos vendidos al show business. Sobre el historiador recae la obligación de cuestionar los mitos que encajan con sospechosa perfección. Y McMilliam arremete con gusto contra los tópicos. No, los Beatles —con la excepción de Ringo— no procedían realmente del proletariado. Y superaban ampliamente en experiencia musical y vivencias salvajes a unos aprendices de bohemios como los Stones. Los Beatles se forjaron tocando hasta la extenuación y solo la tenacidad de su representante permitió romper la muralla de prejuicios de la industria musical londinense. Por el contrario, beneficiarios del cambio de paradigma impuesto por los de Liverpool, los Stones ascendieron con asombrosa rapidez. En 31 prodigiosos días de 1963, ven publicada su primera crítica positiva, adquieren un potente equipo de management (Andrew Loog-Oldham y Eric Easton), reciben la bendición de los Beatles y son fichados por Decca Records con un contrato extraordinariamente generoso.
McMilliam enfatiza la anomalía cultural que suponía que un grupo procedente de una ciudad lejana y empobrecida tomara por asalto la capital del reino. El esnobismo londinense queda en evidencia con juicios como el del fotógrafo David Bailey, que trabajó con ambos grupos: “Veía a los Beatles como una boy band, algo muy prefabricado en sus inicios, mientras que los Stones parecían crecer orgánicamente”. En realidad, la superioridad creativa de los Beatles quedó reafirmada según avanzaban los sesenta. Con más o menos reticencia, era asumida por los Stones: Lennon y McCartney les echaron varios cables. Desde proporcionarles una canción, I wanna be your man, para su segundo single, mostrándoles de pasada —prodigiosa revelación— lo fácil que les resultaba componer, a reestructurar We love you, el tema con que los Stones daban las gracias a los fans que les apoyaron en su calvario de 1967.
En el swinging London se insistía en que Beatles y Rolling Stones eran amigos, no competidores. Que su enfrentamiento respondía a estrategias de los gestores de sus carreras. En realidad, los implicados se miraban con recelo. Y todos sabían quién marcaba el rumbo. Un anonadado Lennon se quejaba: “Todo lo que hacemos, los Stones lo repiten cuatro meses después”. Los Beatles fueron decisivos en otros aspectos: aquí se atribuye el desquiciamiento de Brian Jones, hasta entonces purista del blues, al encuentro con la beatlemanía y su irrefrenable deseo de disfrutar de esa adoración. Y, desde luego, su desembarco triunfal en Decca derivó directamente de la equivocación al rechazar a los Beatles en 1962, responsabilidad del directivo Dick Rowe, que no quería repetir su error.
¿Y cómo fue que los exquisitos, los revoltosos, los señaladores de tendencias, terminaran inclinándose por los Stones sobre unos Beatles que, incluso en estado de descomposición, eran capaces de facturar un Abbey Road? En el parteaguas que fue 1968, John Lennon se posicionó contra el sarampión izquierdista con Revolution. Tras ser reconvenido por The Black Dwarf, la revista de Tariq Ali, dio un giro completo y subvencionó al dudoso agitador negro Michael X, aparte de entregar dinero al IRA. Los Stones se contentaron con retratar la turbulencia juvenil en Street fighting man, tan celebrada por la contracultura, que en realidad contenía una cláusula de escape: “¿Qué puede hacer un pobre chico / excepto cantar en una banda de rock and roll? / En el somnoliento Londres / no hay lugar para un luchador callejero”.
Además, los Stones recurrieron a un maquillaje de satanismo. Tras leer El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov, Jagger desarrolló una canción definitoria, Sympathy for the devil. Añadan todas las fantasías de orgías, drogas y desdén por la autoridad: los seguidores más inquietos miraban a los Stones esperando reconocerse. Querían y todavía quieren adquirir ese narcisismo de forajidos, sin advertir que carecen de la red de seguridad que protege eficazmente a esos músicos-aristócratas (recuerden: Brian Jones muere cuando ya está fuera del grupo).
Queda la sensación de que Los Beatles vs. los Rolling Stones se cierra prematuramente. McMilliam prefiere analizar la interacción entre ambas bandas cuando las dos estaban en activo; después, la competición se sitúa entre el bonito cadáver de nuestro recuerdo (Beatles) y la máquina que desafía las previsiones de la edad y la rentabilidad (Rolling Stones). Así que si les colocan ante el famoso dilema, respondan como yo: “Ni los Beatles ni los Rolling; soy de los Kinks”.
John McMilliam. Los Beatles vs. los Rolling Stones. Traducción de Ricard Gil Giner. Ediciones Urano. Barcelona, 2014. 286 páginas. 19 euros.
Vídeo: John Lennon participa en el disco y película de los Rolling Stones Rock and roll Circus en 1968. Interpreta Yer blues, de los Beatles, junto a Eric Clapton, Keith Richards y Mitch Mitchell en la superbanda, creada para la ocasión, The Dirty Mac.
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