El sábado 26 de agosto de 1967, el mundo elevó una ceja con extrañeza:
en Bangor, al norte de Gales, John Lennon, Paul McCartney, George
Harrison y Ringo Starr convocaron a una conferencia de prensa en la que
anunciaron que se habían
convertido en miembros del Movimiento de
Regeneración Espiritual del Maharishi Mahesh Yogi. Como tales, no sólo
renunciaban a las drogas sino que además en adelante donarían a esa
comunidad una semana por cada mes de ingresos económicos. Era el
comienzo de un trip místico que continuaría en Rishikesh (India), hasta
que Lennon comenzó a desconfiar del gurú al punto de abandonar
intempestivamente el centro indio de meditación, declarar que el
Maharishi no era lo que había supuesto en su primer deslumbramiento y
dedicarle el agrio “Sexy Sadie”, que sólo por la insistencia de Harrison
no comenzó diciendo “Maharishi, qué hiciste / Nos dejaste en ridículo a
todos”.
El universo Beatle, que acababa de pintarse con los mil colores de Sgt.
Pepper’s Lonely Hearts Club Band, estaba cambiando para siempre. Pero
no sólo por la aparición del pequeño e hirsuto líder religioso: mientras
el cuarteto se dedicaba a ese raro fin de semana galés, en una
residencia londinense llegaba a su epílogo un atormentado drama privado.
En la tarde del domingo 27, el mayordomo español de Brian Epstein debió
pedir ayuda para tirar abajo las puertas del dormitorio de Chapel
Street. El hombre que había ayudado a que The Beatles llegaran a la cima
estaba enroscado en posición fetal en la cama, fulminado por una dosis
excesiva de pastillas para dormir.
“No existe la muerte, solo en el sentido físico”, dijo Harrison a la
prensa apostada en Bangor. “Sabemos que él está bien ahora. Volverá,
porque luchaba por la felicidad y ansiaba la buenaventuranza.” Según
contó luego Peter Brown, colaborador muy cercano de the boys, “pocos
días después, ya disipada la emoción, hacían bromas estúpidas sobre
Epstein”.
La figura del manager ya existía antes de Brian Epstein: el Coronel
Parker era tan célebre como Elvis. Pero el repaso de la historia de la
banda de Liverpool permite advertir cuán influyente fue ese joven de
familia acomodada en el triunfo planetario de la Beatlemanía.
Lógicamente, ante todo estuvieron las canciones. Pero desde que se cruzó
con el single “My Bonnie” de Tony Sheridan and the Beat Brothers, y
sobre todo desde que vio a John Lennon en ese “sótano lleno de ruido”
llamado The Cavern, Epstein se propuso llevar The Beatles al mundo. Y lo
logró. Y lo hizo por amor: Brian estaba enamorado del guitarrista y
cantante, que manejó como pudo –a veces con crueldad– esa pasión que no
quería ni podía corresponder. Epstein había aprovechado la mueblería
familiar para montar una subsidiaria que se había convertido en el más
próspero negocio de música de Liverpool. Desde allí y con sus contactos
gestionó la legendaria sesión fallida para Decca Records, y luego el
encuentro con George Martin que selló la suerte de Pete Best y el camino
de gloria de la banda a través de “Love me do” y aquel “Please, please
me” que mereció el comentario de Martin de “Caballeros, acaban de grabar
su primer número uno”.
Epstein tenía la confianza, los contactos y la perseverancia... pero no
el know how. El primer contrato de la banda con Parlophone fue
usurario: el grupo recibía un penique por cada single vendido. La venta
de derechos de merchandising para los Estados Unidos puede ser
catalogada como el mayor negocio despilfarrado de la historia: mientras
fabricantes e intermediarios nadaban en dinero vendiendo artículos con
una ganancia neta de cincuenta millones de dólares en un solo año, The
Beatles recibían un 10 por ciento que a Epstein le había parecido
“justo”. Lo que disculpa al manager, claro, es la inevitable ignorancia.
A comienzos de los ’60 todo estaba por hacerse y nadie sabía a ciencia
cierta cómo se cerraban ciertos negocios. Sobre todo, nadie podía
imaginar que esos pibes iban a llegar a donde llegaron.
Las decisiones de Epstein fueron una colosal fuerza impulsora para la
banda pero también su perdición, el prólogo a ese funesto fin de semana.
Los muchachos no eran del todo felices con esos trajes Mao que habían
venido a reemplazar su atuendo de teddy boys, pero era innegable que el
cambio de look los había hecho trascender fronteras. Brian impuso una
agenda de trabajo demoledora, pero en la interminable cadena de
conciertos – grabación – conciertos – grabación (¡y películas!) del
período 1962/1966 se cristalizó la leyenda Beatle. Hasta que llegó el
show del 29 de agosto de 1966 en el Candlestick Park de San Francisco:
la noche en que, tras 33 minutos de exposición al intolerable alarido de
la multitud, el cuarteto dijo no va más. Ese día, Brian Epstein comenzó
a morir.
Brian pudo haber sido posesivo hasta la obsesión con The Boys, pudo
haber cometido errores que en retrospectiva parecen infantiles, pero
nunca fue deshonesto. Antes y después de él, la historia del rock dio
varios ejemplos de personajes que estafaron a sus representados. Vivió
por y para ellos, pero cuando The Beatles se liberaron de la actividad
en vivo para reinventar el estudio como instrumento creativo, dejaron en
la zanja a su manager. Epstein ya no tenía nada que hacer. Sus otros
representados no significaban el mismo desafío. La banda pareció pasarle
factura por los cinco años anteriores, los desastres de la gira
filipina y el último tour estadounidense, el look de buenos chicos, la
omnipresencia del atildado jovencito. Brian, que desde la adolescencia
había sufrido el rechazo y los prejuicios por su homosexualidad y su
judaísmo, no pudo tolerar los nuevos tiempos. La espiral descendente de
pastillas y autohumillación fue conduciendo a ese domingo encerrado en
el dormitorio, mientras sus muchachos reconocían como guía espiritual a
un sospechoso hindú que pedía dinero a cambio.
Los Fab Four hicieron de cuenta que su manager ya no era necesario,
pero como banda no lo sobrevivieron demasiado. El 20 de agosto de 1969,
los cuatro Beatles se juntaron en un estudio por última vez. A comienzos
de 1970 implosionaban, tironeados por tiburones del negocio como Allen
Klein y Lee Eastman. A esa altura, en el seno de la banda ya casi nadie
hablaba de Brian. Ni de su vida ni de su muerte.
"Tú limítate a tus porcentajes Brian, nosotros nos ocuparemos de la música".
John Lennon a Brian Epstein. Sesión de grabación de "Strawberry Fields Forever". Diciembre 1966.
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