Fuente: semana.com
Un libro nuevo desafía el mito del genio solitario. Varias duplas famosas demuestran por qué dos cabezas piensan mejor que una.
Paul McCartney y John Lennon conformaron una de las parejas más célebres
de la historia de la música. Juntos escribieron y
grabaron cerca de 200
canciones a pesar de sus enormes diferencias. Quienes trabajaron a su
lado durante los años sesenta cuentan, por ejemplo, que mientras
McCartney tenía un cuaderno donde consignaba meticulosamente sus letras,
Lennon era tan desordenado que a cada rato le tocaba buscar pedazos de
papel para escribir sus ideas. “Paul estaba dispuesto a esperar lo que
fuera necesario para que todo quedara bien; John no veía la hora de
terminar” –recuerda uno de los ingenieros que participó en las sesiones
de grabación del Sgt. Pepper’s–. “Paul era el diplomático; John era el
agitador”.
Una relación complicada, sí, pero muy prolífica. Y
aunque a primera vista encaja en la vieja teoría de que los polos
opuestos se atraen, va mucho más allá de eso. Así lo explica el libro
Powers of Two, escrito por el estadounidense Joshua Wolf Shenk, que
intenta desentrañar el misterio sobre el origen de la creatividad. Allí
el autor cuestiona el mito del genio solitario, aquel ser meditabundo
aislado en una habitación oscura, pues, según él, la interacción entre
dos personas es lo que verdaderamente potencia el flujo de ideas. Ese
intercambio puede presentarse de varias maneras, ya sea para inspirar,
complementar o retar las opiniones del otro. “El problema es que la
obsesión de la cultura por el individuo ha oscurecido el poder de la
pareja creativa”, explica Shenk en un reportaje reciente de la revista
The Atlantic.
Lennon y McCartney encarnan ese poder a la
perfección, pero no son los únicos. Además de la música, donde las
colaboraciones son muy evidentes, la tecnología es un campo en el que
abundan las duplas. Emporios como Apple y Google nacieron precisamente
de un esfuerzo mancomunado. Steve Jobs siempre será reconocido como uno
de los grandes innovadores del mundo contemporáneo, pero incluso los
genios como él necesitan un compañero de aventuras. En su caso fue Steve
Wozniak, un ingeniero cinco años mayor, que lo ayudó a crear Apple I,
el primer ordenador personal. Wozniak se ocupaba de la parte técnica,
mientras Jobs se dedicaba a las ventas. Así, en 1976, en un viejo garaje
de Los Altos, California, apareció el logo de la manzana.
Sergey
Brin y Larry Page, fundadores de Google, también empezaron en una
cochera, pero de Menlo Park, en la Bahía de San Francisco. Allí los dos
estudiantes de Stanford idearon un proyecto universitario, BackRub, una
suerte de biblioteca digital, que luego se convertiría en el poderoso
motor de búsqueda capaz de atender más de 1.000 millones de consultas
diarias. Hoy los dos siguen llevando las riendas de la empresa en
frentes distintos: Brin supervisa los desarrollos del laboratorio
secreto Google X
–responsable de productos como las gafas
futuristas o los carros autónomos–, y Page actúa como director
ejecutivo. Casi 20 años después de haberse asociado, sus nombres
simbolizan el paradigma de la armonía en tándem.
En el campo de
las letras hispánicas hay un caso que se asemeja a ese arquetipo. Se
trata de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, dos grandes socios
literarios que conservaron su amistad y sus habituales cenas por más de
medio siglo. Borges le llevaba 15 años a Bioy y por eso al principio su
relación era la típica de profesor-alumno. Con el tiempo, sin embargo,
el autor de El Aleph reconoció que su discípulo se convirtió “verdadera y
secretamente” en su maestro. Además de compartir lecturas y sostener
apasionadas discusiones, escribieron a cuatro manos una docena de
libros, algunos firmados con sus nombres y otros con seudónimos como el
ya legendario Honorio Bustos Domecq. Solo María Kodama, la viuda de
Borges, ha tratado de desacreditar la dupla al referirse a Bioy como “el
Salieri” de su marido, una injusta y exagerada acusación inspirada en
el compositor rival y ‘ladrón’ de las ideas de Mozart.
Esa
expresión, de todos modos, sí aplica a otras parejas, especialmente
cuando existe amor de por medio. En el ámbito científico continúa el
debate sobre el papel que jugó la matemática Mileva Maric, la primera
mujer de Albert Einstein, en el desarrollo de la teoría de la
relatividad, que le mereció a su esposo el Nobel de Física en 1921. Su
correspondencia parece demostrar que su ayuda fue fundamental, pero
jamás reconocida. Algo parecido le sucedió a Camille Claudel, la
atormentada musa del escultor francés Auguste Rodin, quien no solo la
usaba como una de sus tantas amantes, sino como su más directa
colaboradora.
Pero no siempre ese tipo de asociaciones termina
mal. Los esposos Marie y Pierre Curie ganaron el Nobel de Física por sus
estudios de la radiactividad, mientras que el matrimonio de artistas
Christo y Jeanne-Claude consiguieron fama mundial con sus excéntricas
instalaciones en espacios y edificios públicos, como cuando forraron con
cientos de metros de tela el Pont Neuf en París y el Reichstag en
Berlín. Nacidos el mismo día, el 13 de junio de 1935, sus nombres hoy se
pronuncian como si fuera uno solo.
Después del amor, la sangre
es la excusa más poderosa para unir dos mentes creativas y en el cine es
donde sucede con mayor frecuencia. Basta empezar por Auguste y Louis
Lumière, los inventores del cinematógrafo en 1895. Entre los nombres
actuales figuran los directores de la trilogía de Matrix, Andy y Lana
Wachowski –este último se llamaba Larry antes de someterse a una cirugía
de cambio de sexo–, y los hermanos Joel y Ethan Coen, ganadores de
cuatro premios Óscar por sus películas Sin lugar para los débiles (2007)
y Fargo (1996). Ante la recurrente pregunta sobre su método de trabajo,
los Coen responden sencillamente: “Uno se sienta frente al computador y
el otro sostiene abierto el libro que adaptamos. Por eso necesitamos
ser dos”.
Cuando la química sucede, es imparable. Lennon solía
contar que cuando escuchó a McCartney tocar por primera vez, supo que
era realmente talentoso. Por un momento dudó invitarlo a formar parte de
los Quarrymen, la banda que daría origen a Los Beatles, porque su
presencia podía desafiar su liderazgo. Al final decidió dejar su ego a
un lado y lo contrató. Pese a que en el camino no faltaron los roces y
los problemas, siempre encontraban la forma de volver. “Yo sabía lo que
él pensaba y él sabía lo que yo pensaba. Así que crecimos juntos, y ese
es el gran secreto. Éramos dos caras distintas de la misma moneda. Pero
necesitas las dos caras para tener una moneda” –explicó McCartney en una
entrevista reciente con El País de Madrid–. “Fuimos muy afortunados de
encontrarnos el uno al otro”.
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