Fuente: diariodejerez Juan P. Simo
Los Beatles jamás pisaron Jerez, como defendía incluso el museo 'Beatles
Story' de Liverpool, que ya ha
rectificado. A lo más, fueron los
miembros de la comparsa 'Los Beatles de Cádiz', pero ninguno de los
cuatro melenudos podría haber situado el nombre de la ciudad en un mapa.
Por eso, esta pequeña historia tiene hasta pecado.
1965 fue el
año de las primeras manifestaciones universitarias, el año del
desarrollismo y de la apertura de España al mundo exterior, el del II
Concilio Vaticano y el año de 'El Cordobés', que por entonces llenaba
las plazas. Las bodegas de Jerez pasaban por un momento de bonanza en
una ciudad donde casi nunca pasaba nada. Pero para aquella juventud de
entonces que corría ante los 'grises' y celebraba guateques fue el año
de un soplo liberal, una bocanada de aire fresco en aquella España en
pañales y de ojos tapados. Los Beatles llegaban a España y lo hacían
ante un público que asistía al mundo del pop como ante un espejismo en
medio de un páramo. Aquí no venía nadie a tocar y lo más insólito de la
música más ligera era lo más duro que se podía oír. Se hablaba de ellos
como si fueran el terror mismo para la juventud. Considerándoles como la
traducción misma del diablo. En esta época ocupaba el puesto de
ministro de Gobernación el general Camilo Alonso Vega (conocido como Don Camulo por
la brutalidad de sus métodos represivos siendo director general de la
Guardia Civil). Este general casi da al traste con el proyecto del
agente artístico Francisco Bermúdez: dos conciertos de los muchachos de
Liverpool en Madrid y Barcelona los días 2 y 3 de julio.
El 1
de julio de ese año los cuatro melenudos bajaban del avión en Barajas
tocados malamente con una montera y una muñeca vestida de flamenca. La
policía evitó que el recibimiento fuera apoteósico y aisló a todos los
seguidores de los de Liverpool en un lugar distinto a su salida.
Embarcaron en un 'Cadillac' que les llevó hasta el hotel Fénix y allí
concedieron su primera rueda de prensa en territorio español.
Posteriormente, hay un acto que interesa resaltar: Miguel Primo de Rivera y Urquijo, Miguelito,
a la sazón alcalde de Jerez y hombre con mucho ojo, había concebido con
Beltrán Domecq González, entonces consejero delegado de Williams &
Humbert, un plan que podría empujar aún más la promoción de nuestros
vinos en su principal mercado, el británico, y aliviar las tensiones
entre la industria del 'british sherry' y los productores jerezanos.
Beltrán Domecq, padre del actual presidente del Consejo del Vino, fue un
hombre singular en el sector que merece capítulo aparte. Último de los
catorce hermanos de la rama Domecq González, the last but not the least,
Beltrán padre fue hombre apuesto, simpático y con dinero, además de
bien conocido en España y el extranjero por llevar la promoción de
nuestros vinos. Beltrán conoció a la inglesa Ana Cristina Williams, hija
del recordado Don Guido, casó con ella, dejó su empleo en la banca y
comenzó a trabajar para el negocio familiar. Atrás quedó su antigua y
fuerte amistad con Aline Griffith, una estadounidense muy inteligente,
escritora y conferenciante, que se convirtió en condesa de Romanones al
cruzarse en la relación Luis Figueroa. Curiosamente, Beltrán padre y
Aline tuvieron que hacer, treinta años después, de padrinos del enlace
entre sus hijos Lucila y Álvaro en una de las bodas más multitudinarias y
con más famoseo que se recuerdan en Jerez.
Bien. Volvemos al
hotel Fénix de Madrid. Primo de Rivera y Beltrán no reparan en gastos:
Llevan hasta Madrid un buen lote de botas de jerez que se disponen en
uno de los salones del hotel a modo de andana. En un evento algo casposo
y falto de espontaneidad, al estrado suben los chicos de Liverpool,
estampan sus firmas en una bota y comienzan a beber las copas servidas
por el gran Julio Delgado y a bromear con la venencia o imitar los
movimientos de tres mujeres vestidas de faralaes que les acompañan: son
las hermanas Hurtado.
Tras el acto, los muchachos se quejaron de
la hostilidad, memez en las preguntas y formas de los periodistas en la
conferencia de prensa, donde sólo intervinieron periodistas afines al
régimen, que trataron de 'linchar' al conjunto. Hubo preguntas
absurdas, perlas auténticas como éstas: "¿Con qué frecuencia se cortan
el pelo?" O esta otra: "¿Conocen a El Cordobés?" Por cierto que el
torero montó en cólera cuando, esa misma noche, voló desde Barcelona a
Madrid para hacer un reportaje fotográfico con los Beatles para el
diario Pueblo. Pero cuando llegó al hotel, los llamó y hubo un
malentendido, porque Ringo no paraba de llamar al servicio de
habitaciones; no se vieron y el hombre tuvo que irse soltando por esa
boca y con un cabreo del quince.
Llegó luego la hora del regreso
a Jerez. Todas las botas fueron llevadas de nuevo a Williams. Parece
ser que se arrumbaron junto a otras botas viejas que servían para
arreglar los toneles defectuosos.
Pasó el tiempo y nada se sabía
de las cuatro botas hasta que unos aficionados a la música, hombres ya
hechos y derechos, comenzaron en 1983 a hurgar por las cuatro esquinas
de la bodega. Eran los miembros del conocido 'Club Cocodrilo', un grupo
encabezado por el odontólogo Pepe Arcas, que versionan a los de
Liverpool y llevan por todos lados su desmedida pasión por la banda.
Buscaron y buscaron hasta encontrar en pésimo estado los fondos de dos
de las botas con la firma original de Paul McCartney y Ringo Starr.
Nada había, sin embargo, de las otras dos firmadas por John Lennon y
George Harrison. Pasaron los años y llegó el 'milagro'. Arcas y su
compañero de grupo, José Ramón Hera, descubrieron sorprendidos que
Williams había colocado en lugar destacado de una de las naves las
cuatro botas firmadas. José Ramón y Pepe no dieron crédito a aquello:
Alguien había imitado las firmas, con poco acierto según parece, si las
comparamos con las originales.
Las cuatro botas siguen expuestas en la sala de degustación de Williams, antigua Internacionales.
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