jueves, 16 de febrero de 2012

La cara más amable -si cabe- de Paul McCartney.

Fuente: Rockencanarias.com Alby Ramirez

Debo confesar que soy de esos que a Paul McCartney se lo perdono todo. Beatlemaníaco hasta la médula -y aunque reconozco la genialidad de Lennon y la frescura de Harrison-, cuando me preguntan por mis canciones favoritas de los fab four siempre termino mencionando melodías de Macca. Es por eso que, ante la publicación de un nuevo disco suyo, acudo puntualmente a una de las pocas tiendas de discos que quedan y me hago con mi copia.

 Imagino que cuando uno lleva más de 40 años cantando las mismas canciones -los últimos diez de manera ininterrumpida-, llega un punto en el que lo que le apetece es divertirse con canciones que hayan escrito otros. En Kisses on the Bottom (un título con doble sentido que surge de la letra del primero de los cortes del disco, I’m gonna sit down and write myself a letter, originalmente interpretado por Fats Waller en 1935) McCartney rinde homenaje a las canciones con las que se crió de niño, muchas de las cuales su padre solía tocar al piano en casa. Ahora a punto de cumplir los 70, el beatle ha decidido hacer un alto en el camino y mirar atrás


Las alarmas no tardaron en dispararse tras desvelarse la naturaleza de este nuevo disco y las comparaciones con los últimos trabajos de Rod Stewart (que, hace unos años, a lo largo de cuatro insufribles discos “desempolvó” el cancionero americano) eran de lo más obvio. Yo mismo no tenía claro si el experimento tendría un final feliz. Pero hay algo que marca una clara diferencia entre esta recopilación de estándares y las de Stewart: Diana Krall. Ella, su piano, sus arreglos, su banda, su productor (Tommy LiPuma). Tan patente es la firma de Krall en este disco, que cuando arranca la primera canción llega incluso a sorprender escuchar la voz de McCartney entonando la melodía, y no la de ella.

Sin embargo, uno no tarda en familiarizarse con el enfoque que Macca da a las canciones (en las que utiliza un registro más agudo de lo habitual, alejándose del registro evidente de un crooner) y en dejarse llevar por sus amables arreglos. Quizás se echa en falta alguno de los solos tan típicos en los discos de la pianista y cantante canadiense, pero claro, eso haría que pareciera, aún más, un disco suyo y no del beatle. Tampoco aparece por ninguna parte el que sería un clarísimo dúo entre McCartney y Krall. Sin embargo, sí que encontramos colaboraciones en las dos únicas canciones escritas por el propio Paul: Eric Clapton en My Valentine y Stevie Wonder en Only Our Hearts, dos piezas que encajan a la perfección en el repertorio del disco y que podrían haber sido compuestas por el mismísimo Gershwin.

En fin, tal y como reza la letra de The Glory of Love, “hay que dar un poquito, coger un poquito, [...]”. En este caso, a McCartney, que lleva tantos años dándonos, le ha llegado el momento de coger.

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