Fuente: blogs.elpais.com Fernando Navarro
Echando un vistazo a la Historia, esta nos enseña que el poder no sólo corrompe, sino que es demasiado importante para el que lo tiene como para dejarlo escapar. Muchos son los ejemplos de poderosos que han hecho lo imposible por acabar con sus enemigos, e incluso con todos aquéllos que pueden llegar a convertirse en una amenaza en algún momento. A propósito de la estupenda colección que saca el diario El País con todos los discos de John Lennon a partir del próximo domingo, me detengo en la parte más política de Lennon, que coincidió de su época en Nueva York, cuando el Beatle formó parte del movimiento contestatario contra el Gobierno estadounidense. Fue cuando el poder se quiso deshacer de él.
Tal vez porque estos tiempos se mueven entre el miedo y la
desvergüenza, recupero la figura activista de Lennon, un hombre repleto de contradicciones e imprevisible, mucho más complejo y censurable, seguramente, que la leyenda impoluta en la que se convirtió tras su fatídica muerte y el poder cegador de su pertenencia al fabuloso nombre de los Beatles y su autoría del himno pacifista e idealista Imagine. Recupero, realmente, la historia de la que se habla con detalle en el más que interesante documental The US vs. Lennon, que recorre los años del músico en compañía de Yoko Ono tras dejar los Beatles e instalarse en Estados Unidos.
Son los años más políticos y activistas de Lennon, testimoniados en su disco Some time in New York City (1972), donde defiende el papel social de la mujer, la causa irlandesa o a los perseguidos por la justicia estadounidense. Son los años más agitados de su biografía, donde el papel del compositor musical pierde protagonismo ante el de figura pública relevante e incómoda. Porque, para cuando se publicaron Mind games (1973) y Walls and brigdes (1974), el presidente republicano Richard Nixon quería deportarlo.
Si como Beatle, aún con su aire más inofensivo, ya fue una amenaza para el conservadurismo moral de Reino Unido y Norteamérica, en solitario, con su vena más reivindicativa, sin tener que preocuparse de lo que le importaba a Paul McCartney o el resto de Beatles, Lennon fue una amenaza social, incluso política, o al menos así lo entendió la Administración de Nixon.
En el documental, se ve la evolución del artista, como en una entrevista con los otros miembros de los Beatles. Lennon sale desmarcándose con un mensaje político, ante la cara incrédula de los demás, especialmente, de Paul McCartney. O cuando se pone a pensar en alto que si millones de personas se sabían la letra de I Want to Hold Your Hand y cantaban con él, por qué no cantar sobre algo con más sustancia, siendo el resultado Give Peace a Chance, uno de los himnos para el movimiento en contra de la guerra de Vietnam.
La cinta muestra todo este periodo convulso de la guerra de Vietnam, la guerra fría y la paranoia política norteamericana ejemplificada en la conocida caza de brujas. Tal y como revela The US vs. Lennon, el FBI y la CIA manejaban informes que se usarían con la idea de deportar al ex beatle por razones políticas. Lennon se terminó erigiendo como representante de buena parte del activismo antibélico de los setenta.
Al margen de los Beatles y con Yoko, Lennon utilizó toda su repercusión mediática para llevar a cabo su campaña pacifista, no sin salidas de tono y extravagancias. Algunas de las secuencias nos enseñan a un músico con aires mesiánicos, que entra en contacto con algunos de los líderes activistas más radicales entre los que se encuentran Jerry Rubin, Abbie Hoffman y Bobby Seale del partido de los Panteras Negras. Sin duda, era una época de gran intensidad, donde el personaje termina por comerse a la persona, mientras sucedían situaciones cómicas algunas, ridículas otras y tremendas la mayoría.
Por todo, Lennon pasó a ser objetivo del Gobierno de Nixon.
El documental enseña cartas y cintas que señalaban con el dedo al cantante. Altos cargos de la Administración estaban detrás de una campaña sistemática contra el cantante. El ex Beatle reconoce en una entrevista que empieza a tener miedo y Yoko sale diciendo que se hicieron constantes las visitas de los hombres de la compañía de la luz en su casa de Nueva York. El Gobierno quería pincharles el teléfono.
The US vs. Lennon comienza con imágenes del concierto que se organizó para pedir la liberación de John Sinclair, activista encarcelado por posesión de marihuana al que el músico británico dedicó una canción en su disco Some time in New York City. En ese momento, todo el mundo espera que Lennon salga al escenario. Por ahí han pasado todos menos él. Cuando le presentan, le llaman Revolution man.
Entonces y ahora, tantos años después, se podía y se puede afirmar que Lennon, con todos sus desajustes, muchos de ellos tan bien expuestos en la imprescindible biografía firmada por Philip Norman, guardaba algo de revolucionario. Conseguía transformar su entorno. Y si hay algo que el poder teme más que a la muerte es a los revolucionarios. O en palabras de Gore Vidal, que habla en The US vs. Lennon: “Lennon representaba la vida, y el Señor Nixon la muerte”.
Y en tiempos de confusión, porque, como decía El Roto, la conciencia de este país, “el futuro no será ni de derechas ni de izquierdas, el futuro será de culo”, soy de los que se queda con Lennon, apuesta por la rebeldía, entendida como aseguraba Albert Camus cuando definía al hombre rebelde como “el hombre que dice no”.
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