Fuente: efeeme.com Juan Puchades
Hay quienes gustan referirse a la discografía Beatle como “las
sagradas escrituras” o “la biblia”. Personalmente, y por aquello de
obviar las pavorosas referencias religiosas, prefiero pensar en ella
como en el mapa del tesoro. Una obra imprescindible a la que puedes
recurrir cuando quieras y que siempre te llevará a gozar de un tesoro,
ya conocido, por supuesto, pero inagotable, aquel que guarda el mayor
legado
del rock y del pop, la más completa y emocionante de sus
enseñanzas.
Un mapa, en suma, que conviene no perder de vista y al que
hay que regresar cada tanto, por aquello de refrescar conceptos
históricos y formatear el disco duro mental.
En esas andaba últimamente, reescuchando con calma y delectación la
discografía de los Beatles, cuando la vida decidió mostrar una vez más
su lado más horrible y dar otro de esos zarpazos inmisericordes que te
tienen en vilo durante una decena de días mientras compruebas, de nuevo,
lo complicado que es para un cuerpo humano abandonar este mundo por sus
propios medios, sin ayuda médica y sin los mínimos de dignidad (por la
cobardía e hipocresía de una sociedad que no quiere ofender a los
católicos, legislando para todos en función de sus creencias; de ahí que
cada día, a cada minuto que pasa, me repugne más todo lo relativo a
cuestiones religiosas).
Pese a la tristeza, decidí no renunciar a mi
plan Beatle. Así que por las noches, ahí estaba, con los auriculares en
las orejas redescubriendo una de las mayores colecciones artísticas que
nos dejó el siglo XX. Los Beatles, esta vez, además, me permitieron
desconectar de la fea y desoladora realidad o por lo menos paliar en
gran medida, y durante un rato cada día, el dolor y la pena.
Pero mis problemas personales al lector le importan poco, así que es
preferible que les hable de los Beatles, que es mucho más agradable y el
motivo que me traía aquí. Sobre todo porque pasan los años y no deja de
sorprender la excelsa música que grabó el cuarteto. Pero es que, por
increíble que parezca, el próximo octubre se celebrará el cincuenta
aniversario de la edición de su primer single, y su música, a día de
hoy, sigue resultando algo memorable y, en muchos casos, insuperable.
Una suerte de tratado que conecta el rock y el pop del pasado con el
futuro: en los Beatles se pueden rastrear las huellas de Chuck Berry,
Elvis Presley y Buddy Holly tanto como las de los Everly Brothers o las
de los crooners, las del soul de Motown (de las Marvelettes o The
Miracles), las del cancionero popular británico y estadounidense,
incluso se revelan ecos del jazz.
Pero encerrados desde 1966 a
investigar en el estudio, los Beatles desarrollaron TODAS las
posibilidades, metieron la nariz en todos los platos, muchos de ellos
cuando todavía no se habían inventado, no tenían nombre o tardarían
décadas en desarrollar todas sus posibilidades: psicodelia, sinfonismo,
garaje, progresivo, mestizaje, world music… Pero todo eso ya lo sabemos,
no hay mucho nuevo que contar al respecto: centenares de libros se han
dedicado a recordárnoslo.
Sin embargo, en estas nuevas escuchas (efectuadas con las ediciones
remasterizadas de 2009: sí, a mí me gustan, y en estéreo, pues incluyen
infinidad de matices que habían quedado opacados en las ediciones
anteriores tanto en vinilo como en cedé) me ha sorprendido una vez más la
frescura y poderío de los primeros tiempos, lo bien que sonaban, cómo
podían atravesar géneros o combinar temas propios y versiones
manteniendo siempre un sonido característico, plenamente identificable,
siendo, en el caso de las versiones, respetuosos con el original pero
haciéndolo propio (como ejemplo se puede escuchar ‘Please Mr. Postman’ o
‘Twist and shout’). Es verdad que puede parecer que el éxito en
aquellos primeros tiempos, la beatlemanía, fue algo exagerado, pero más
allá de ello, la calidad de los Beatles como formación rock con sentido
pop no tuvo parangón: el beat británico y sus ramificaciones dejó
grandes discos, nadie puede dudarlo, pero… lo de los Beatles es otra
cosa, algo así como la conjunción de todos los géneros en un solo grupo
capaz de deglutirlos y lograr que sonaran a algo inédito y de calidad
inigualable. Es imposible situarse en 1963 con los oídos limpios de
referencias, pero sí se puede entender que cayeran como una bomba.
El segundo aspecto que, por contraste con el presente, más me ha llamado la atención ha sido comprobar cómo hasta
“Revolver” (1966) facturaban álbumes de una media de catorce temas, con
una duración cada uno que rara vez superaba los tres minutos (lo
habitual eran dos y poco), lo que daba como resultado elepés de no más
de media hora (con “Sgt. Peppers” llegaron a los cuarenta
minutos para trece cortes). Desde ese momento, los temas en los que se
extienden más allá, alcanzando la cima en los ocho minutos de
‘Revolution 9′ (del álbum blanco, 1968), son escasísimos: los Beatles
contaban lo que tenían que contar en un formato estándar, y solo cuando
era absolutamente imprescindible, un tema alcanzaba los tres o cuatro
minutos.
Puede parecer una nimiedad, pero acostumbrados en los últimos
tiempos a discos que tienen una duración media de una hora (para una
docena de canciones como mucho), conviene fijarse en lo que eran capaces
de hacer los Beatles. Es una lección que mucho músico actual tendría
que repasar: la cantidad de cosas que se pueden contar en dos minutos y
unos cuantos segundos es algo sensacional: la mucha música que se puede
desarrollar en ese tiempo, las posibilidades que ofrece una letra para
tal minutaje, cómo se pueden elaborar melodías, puentes, repetir
estribillos, diseñar arreglos complejos e, incluso, dotar a un tema de
diferentes ambientes musicales.
Se dirá que eran otros tiempos, pero no,
el pop y el rock, sus esencias por lo menos, siguen siendo las mismas.
No fueron los únicos que entendieron que esa era parte de la sustancia
de una canción pop (y uso el término como sinónimo de popular). Pero sí
fueron los artífices más geniales, una suerte de magos siempre con
varios conejos escondidos en la chistera y múltiples ases en la manga.
Su discografía debería ser de escucha obligada para todo aquel que
quiera saber de la historia del rock. Sin ellos es imposible conocer y
entender todo lo demás. Y hace ya cincuenta años desde que comenzaron a
dibujar el mapa del tesoro, simplemente inconcebible.
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