Fuente: elobservador.com.uy
Fines de 1964. Mucho calor en la ciudad de Trinidad, Flores. Un niño de
12 años entra al bar Beyruti. Viaja con sus padres hacia Paysandú, de
vacaciones. El niño se acerca a la rocola, coloca una moneda y elige I want to hold your hand,
de un grupo inglés del que un compañero de clase le había hablado.
Así, como comienza a sonar la canción, la vida de ese niño empieza a
cambiar para siempre.
El niño era Eduardo Rivero, músico,
periodista radial y absoluto fanático de Los Beatles, que en 1997
publicó Los Beatles en Uruguay, un libro que cuenta desde su perspectiva
la entrada de la música de los cuatro de Liverpool a estas tierras a
inicios de los años 60.
El golpe en el niño fue estético y a la
vez vital. “Fue un momento clave para mí, como la llegada del hombre a
la Luna. Entendí que lo que yo conocía hasta ese momento, como las
canciones de Palito Ortega, era todo basura. También entendí que no era
un clon de mi viejo, que era alguien que empezaba a tener gustos y
valores propios”, cuenta Rivero a El Observador.
La
llegada de Paul McCartney a Montevideo hace aflorar un súbito fanatismo
generalizado. Pero hay algunos que lo vienen cultivando desde hace
décadas con la paciencia de un monje iniciado en un arte oculto y con la
pasión que enciende los oídos ante la voz de Lennon, el bajo de
McCartney, los punteos de Harrison o los quiebres de Starr. Rivero es
uno de estos “beatlólogos”. El escritor Hugo Burel es otro de los
integrantes de esta cofradía no organizada, pero que ha generado
interesante bibliografía.
En 2010, Burel publicó Un día en la vida. Qué cantaron los Beatles,
una muy personal selección de 14 canciones donde el autor analiza,
según sus palabras, “uno de los aspectos menos tratados de los Beatles:
sus letras”.
Como Rivero, el primer contacto de Burel con el
grupo fue también a las 12 años. “Vi una foto de cuatro jóvenes saltando
en pose en El Diario de la noche”, narra. Luego que los escuchó, el
fanatismo le entró “a comer la cabeza”.
Se compró discos de los
Beatles sin siquiera tener tocadiscos. “Fue como una fiebre. Pedí que me
compraran una guitarra para Navidad y aprendí a tocar. Escuchaba los
programas de radio donde pasaban sus canciones”, dice Burel, quien fue
uno de los que madrugó para conseguir la entrada de McCartney.
A
partir de allí, en la casa de los Rivero, en la de los Burel y en
muchas otras comenzó a producirse lo que Jaime Roos –otro gran
beatlólogo vernáculo– definió como la “guerra civil dentro de los
hogares”. Más o menos lo mismo sucedió en la casa de Boris Faingola,
reconocido beatlólogo que en 1985 ganó la edición del programa Martini pregunta respondiendo sobre el célebre cuarteto.
“Los
Beatles dieron vuelta toda una época. Llegaron en un tiempo en que para
ver un programa de televisión había que prender el televisor 15 minutos
antes, para que calentara la lámpara. Hicieron películas, videoclips.
Después de ellos, ya nada fue igual”, dice Faingola.
Los tres
expertos resaltan la importancia de los Beatles en la forma de vivir y
de ser de mucha gente alrededor del globo. No solo en las ganas de los
jóvenes de tener una banda como Beatles (con sus instrumentos y su forma
de cantar), sino en la estética: la ropa, el pelo, los gestos.
“Los
Beatles volaron por los aires todo lo que estaba establecido en esos
años: la nueva ola argentina, el jazz, el tango, Elvis, Sinatra, todo
junto”, opina Burel, quien en 1969 fue a escuchar al Maharishi Yogui
cuando vino a Montevideo. “Lo único que quería era darle la mano a quien
le había dado la mano a los Beatles. Estuve a un apretón de manos de
ellos”, cuenta con una sonrisa.
“Fue la primera vez que la
vanguardia musical fue al mismo tiempo lo más popular: no ha vuelto a
suceder eso desde entonces”, agrega Rivero, quien dice tener más “horas
de vuelo” escuchando a los Beatles que cualquier otro mortal. Tanto es
así que con un operador de Aspen FM de Punta del Este –donde tuvo un
programa varios años– desarrolló un juego que consistía en reconocer
cualquier canción de los Beatles con solo escuchar un (1) segundo de
música. “Muy pocas veces no acerté”, dice Rivero con orgullo.
Esos datitos raros
Luego
de años de lecturas y estudio, Faingola tiene un interesante
anecdotario sobre los ocho años de carrera de los Beatles. Una de las
situaciones más divertidas se produjo en Ámsterdam, durante una de las
giras europeas de la beatlemanía. “Eran tales los gritos que en un
momento decidieron no cantar más, sino hacer solo la pantomima. Nadie se
dio cuenta de que faltaban las voces”, narra Faingola.
Un
beatlólogo de ley, aparte de manejar datos únicos, debe realizar algún
tipo de teoría sobre su material de estudio. Rivero, por ejemplo, tiene
postulados sobre varias canciones que son únicas por diferentes motivos.
“I call your name es el primer cruce entre rock y ska. En Love me do hay intervalos de voces en quinta y no en tercera como era común en la época. En I feel fine está el primer acople grabado de la historia. Eight days a week tiene el primer fade-in del rock. Helter skelter es el primer heavy metal de la historia”, afirma.
Burel
analizó algunas letras de canciones, un aspecto que en su momento no
era apreciado por el público de habla hispana. “En algunos casos la
letra es tan importante como la música. Un ejemplo es Eleanor Rigby. Cuando traduje las letras fue para recuperar algo que habíamos perdido”, explica el autor.
De
todos modos, reconocen que hay elementos que escapan a un análisis
racional, y solo queda poner el oído y gozar. “Con los Beatles hay
mucho de inexplicable, de desafío a la razón. No es una simple banda,
fue un milagro que abarcó un montón de causas. Fue un fenómeno único,
solo explicable por la mano de la Providencia”, se anima a decir Rivero.
Desde aquella sesión de junio de 1962 hasta la separación de
abril de 1970 (que los tres vivieron como una pérdida irreparable), los
Beatles fueron su radiante objeto del deseo.
Pero
sorpresivamente la llegada de McCartney no tendrá a estos tres fanáticos
de alma en el Estadio Centenario. Rivero y Burel asistirán. Para Burel,
la emoción de ver a Paul en vivo va a ser fuerte. “Es la banda de
sonido de mi adolescencia, la que quedó fijada en mi espíritu”. Sin
embargo, Faingola, “johnista a muerte confeso”, no irá, porque cree que
sería un acto hipócrita de su parte. “No me siento motivado”, dice
quien recuerda el número mágico de 213 canciones oficiales que los
Beatles tienen grabadas en 13 álbumes. Pero para los tres, esa música es
un manantial de felicidad.
Dos uruguayos en medio del griterío
Los
hermanos Carlos y Gonzalo Pérez del Castillo vieron a los Beatles
durante la gira mundial que los llevó a Asia y Oceanía a mediados de
1964. Por esa época, los hermanos estudiaban agronomía en Australia y,
siendo fanáticos de los cuatro de Liverpool, no perdieron la gran
oportunidad que se les presentaba frente a sus ojos. Gonzalo, que tenía
18 años, cursaba en la Universidad de Canberra, pero las entradas las
habían sacado para uno de los tres shows en Sídney. Los Beatles tocaron
en esa ciudad el 18, el 19 y el 20 de junio de 1964, pero Gonzalo no se
acuerda a cuál de los tres concurrieron en el Sydney Stadium. “Hice dedo
desde Canberra hasta Sídney, donde me encontré con mi hermano y dos
chicas australianas que invitamos”, recuerda Gonzalo. El hoy ingeniero
tiene muy vívidas en su mente las imágenes y sobre todo los sonidos de
esa noche. “Yo vi a los Beatles, pero no los oí, porque el griterío era
infernal. Las muchachas se desmayaban y aullaban. No pude reconocer casi
ninguna de las canciones que tocaron. Fue un auténtico espectáculo de
histeria colectiva”, cuenta Pérez del Castillo, uno de los pocos
uruguayos que vieron a los Beatles en vivo.
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